Se llama Olga. Es como un muñeco de nieve de esos que dibujan los niños, dos bolas una encima de la otra y los pies demasiado pequeños para su cuerpo. Pelo rubio y ojos azules como la bandera de su Ucrania natal. Vino a Nueva York porque quería bailar. Empezó a trabajar de camarera para pagar la renta de un apartamento de una sola habitación en Manhattan y a sus 70 años aún no se ha jubilado. Aunque Olga es de naturaleza poco dada a malgastar palabras, cree que todo, absolutamente todo lo que tenga importancia ha de discutirse en su bar.
Olga se levanta de su taburete, deja el mentolado en un cenicero y tosiendo como un ganso se dirige a la barra. “No sé lo que estoy haciendo aqui. Tengo 45 años y ya ves, no tengo nada. No tengo sueños. No tengo futuro. Por no ser no soy ni veterano de Vietnam . Perdí hasta ese barco. Creo que en cuanto me termine esta cerveza voy salir a buscarme la vida”. "Otra cerveza?" "Sí Olga, mi nueva vida puede esperar, supongo".
En una mesa con mantel de cuadros y flores de plástico hay dos hombres. “Si no hubiera sido por esta mujer me hubiera suicidado”, dice uno. "A mí me salvó la vida". Sois como las ratas tras el incendio de Kiev", les contesta Olga. Si esta mujer no te dice las cosas tal y como son, no eres su amigo.
“Y a usted señorita, qué le trajo aqui”, me pregunta Olga mientras mira a un poster de Alla Nazimova que cuelga en la pared al lado de un espejo con manchas color plata. “Un ex-novio y los jesuitas”, respondo. "Uno no me quería en su cama y los otros no me querían en su universidad". "Nunca he sido ni buena ni lista".
Los mejores sitios están hechos de la mejor gente y éste es un buen sitio para beber…y para hablar.
De martes negro mas o menos.
ResponderEliminarDeusto está sobrevalorado, que lo sepas; Parece buena tipa la tal Olga
ResponderEliminarYa sí, pero que ni te quieran para hacer secretariado de dirección!
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