Bañado por una luz suave, un olor verdoso a musgo y el más absoluto silencio vi por primera vez a Mr. Wu. Absorto en su trabajo se levantó y me hizo una reverencia a la cual respondí con una cara muy seria y un apretón de manos. Mr. Wu, mi primer jefe. Mr. Wu ha sido una de las personas que más y mejor me ha enseñado en la vida. En más de una ocasión al final de mi jornada laboral esperaba al ascensor conteniendo las lágrimas. Sí, Mr. Wu me hizo llorar muchas veces. Yo lo de la crítica constructiva y la humillación no lo llevaba muy bien la verdad. Siempre he preferido que me castiguen a que me juzguen.
Tenía un refinamiento y un sentido estético muy frios. Daba una extrema importancia al tiempo y al espacio y hablo de minutos y papel. Una de mis responsabilidades era recoger su prensa por la mañana(5 periódicos), buscar todos los artículos relacionados con la economía y la bolsa de valores japonesas, recortar los artículos y fotocopiarlos en una sola hoja de papel. Los artículos tenía que hacerlos más pequeños y maquetarlos de forma que cupieran en una sola hoja. La fecha de cada artículo debía de aparecer claramente en la esquina superior derecha subrayada en color rojo. Los avances tecnológicos que me hubieran ayudado en aquella oficina no harían aparición hasta muchos años despues. Aquello era un trabajo de chinos, para un japonés.
Mr. Wu era casi tan meticuloso para lo de las fechas como para lo de su té. El té se lo preparaba y se lo servía una mujer japonesa que trabajaba en el piso con el resto de las mujeres japonesas y los hombres caucásicos, es decir en el piso donde se hacían los trabajos de segundo rango. Como en Sanwa no había trabajos de tercer rango no había nadie de raza negra. Al té y a mí nos tenían absolutamente prohibido relacionarnos, es hasta hoy en día uno de esos amores imposibles.
Uno de los mayores placeres de Mr. Wu era escuchar a Debussy sentado o tendido en una estera enfrente del ventanal de su oficina. Uno de los mios almorzar sentada en una fuente en Park Avenue con mi bocadillo viendo a la gente pasar apresurada como si todo se tratase de una urgencia. Los viernes, Mr. Wu me daba una cajita bento que me encantaba en la que siempre había unos yokan, esos dulces gelatinosos e insípidos que aunque no saben a mucho da gusto admirarlos.
Aparte de ordenarle las noticias financieras y organizarle sus viajes, acompañarba a Mr. Wu a todas partes como traductora. Todos los negocios y todos los contratos con Latino América pasaban por sus manos y por mi lengua. He de reconocer que el hecho de estar sentada en una mesa con abogados, economistas, políticos hablando de sumas multimillonarias me hacía sentir importante. Mi única experiencia en ese ámbito la había tenido apenas unos meses antes con mi amigo Muller y un polaco en San Sebastian, pero tras aquella transacción sólo me llevé una botella de vodka Chopin a casa. Mr. Wu me dio mucho más, pero no lo suficiente.
Lo suficiente hubieran sido dos días de vacaciones para poder ir a Bilbao a pasar las Navidades. Sanwa daba una semana de vacaciones a sus empleados despues del primer año de servicio. Mr. Wu nunca se preocupaba ni responsabilizaba de las relaciones y problemas entre los empleados y la compañía, para eso había siempre un intermediario. El mismo que me entrevistó se encargó de decirme que no podía cogerme esos dos días. Ante la negativa decidí dejar el puesto. Me ofrecieron una subida de salario. Yo quería dos días. Sanwa me present una segunda oferta que volví a rechazar.
-Mr. Wu quiere saber qué puede hacer para que se quede.
-Quiero que me lo pida él personalmente, respondí.
Nunca volví a ver a Mr. Wu. Esas Navidades comí angulas.
me ha en - tu - sias - ma - do , hermana; qué divertido y qué bien escrito, ... ya no me acordaba de porqué habías dejado aquél trabajo. Unas buenas angulas en Bilbao con la familia son un buen motivo. musu
ResponderEliminarAquí la historia que interesa es la de Muller y el polaco.
EliminarDana, muler te regaló un reloj también por aquél curro de traductora
EliminarEdurne Guinea me dice lo siguiente: Me encanta la ironia fina de Dana. Este escrito es digno de aparecer como poco en el semanal de cualquier periódico. Esta chistosisimo y muy bien narrado.
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